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De todo Corazón
Publicado en Gobledia 25/06/2015
Pascal, el científico francés del siglo XVII dijo “El corazón tiene razones que la
razón ignora”. Piensen, ¿qué saben del corazón? ¿Duele? ¿Siente? Permítanme
despejarles algunas dudas, como siempre, de todo corazón
Consideramos al corazón como un simple órgano que impulsa la sangre, pero si
investigamos un poco, resulta ser mucho más.
Según el Huangdi Nei Jing (Texto clásico de la Medicina China, escrito alrededor del S. II
aC), el corazón es considerado Maestro de la sangre y Guardián del Mental. Es el
«Emperador», órgano supremo de la energía y denominado «Fuego Imperial» como máxima
expresión energética. Rige toda la acción psíquica supeditando, a su acción, el resto de los
factores psicoafectivos por su influencia sobre el cerebro. Dada su importancia, el corazón
no debe ser afectado. Al ser el supremo responsable de los factores emocionales, debe de
estar libre de influencias desequilibrantes; por lo que los mecanismos biológicos de
conservación de la energía tratarán de defenderlo, y para ello se va a servir de una
protección o escudo que lo envuelve (Pericardio), evitando así su alteración o desequilibrio,
que será el responsable de la «seguridad» del Corazón y, como consecuencia, el regulador
de la función psico-afectiva.
¡Nunca me cansaré de aprender de la sabiduría antigua! ¡Y nunca dejo de sorprenderme
cuando la ciencia moderna corrobora dicha sabiduría!
Según diferentes investigaciones realizadas en los últimos 20 años en el ámbito de la
neurobiología, el cuerpo presenta varios “cerebros”. Tenemos el cerebro propiamente
dicho, y dos más; el “cerebro intestinal” (o Sistema Nervioso Entérico); donde la estructura
de las neuronas digestivas es totalmente idéntica a la estructura de las neuronas cerebrales
y tienen la capacidad de liberar los mismos neurotransmisores, hormonas y moléculas
químicas (sabed, como dato curioso, que el 90 por ciento de la serotonina, la hormona del
bienestar, la producimos en el intestino); y el “cerebro cardíaco”. Ya hablaremos en otro
artículo del intestino y su importancia en inmunología. Centrémonos ahora, pues, en el
corazón.
Después de una extensa investigación, uno de los pioneros en neurocardiología, el Dr. J.
Andrew Armour, en 1991, introdujo el concepto de "cerebro funcional” en el corazón. La
mayoría de las células del corazón, cerca del 65%, son células nerviosas iguales a las del
cerebro y mantienen contacto directo con todo el cuerpo; tanto a través de las fibras
nerviosas que conectan con el sistema nervioso central, vía médula espinal, o con el
sistema nervioso autónomo, vía nervio vago; así como a hormonas y neurotransmisores
por medio de sus numerosos receptores.
Los neurotransmisores que se encuentran en el cerebro han sido identificados también en
el corazón, estableciéndose un enlace neuroquímico y electromagnético directo entre el
corazón y el cerebro más allá de las simples conexiones neurológicas que se sabe existen
entre el cerebro y el corazón. El corazón después de la contracción auricular produce una
neurohormona conocida como Factor Natriurético Atrial (FNA), que afecta profundamente a
todos los órganos importantes del cuerpo, incluyendo el cerebro. El neuropsicólogo de la
Universidad de Hawái, Paul Persall, asegura que el corazón es cinco mil veces más
poderoso que el cerebro. Produce 2, 5 watios de energía eléctrica en cada latido generando
un notable campo electromagnético que puede ser detectado mediante sencillos
instrumentos de medida hasta una distancia entre 2 y 4 metros. Es 5.000 veces más intenso
que el del cerebro, de hecho es el más potente de todos los órganos del cuerpo. Este
campo electromagnético se ha demostrado que cambia en función de las emociones;
desequilibrándose ante el estrés, el miedo o la frustración; y equilibrado ante emociones
positivas como la gratitud, la compasión o el amor.
Pero, si el corazón es como un mini-cerebro independiente, ¿qué pasa si lo trasplantamos?
Lo sé. Ya les he liado otra vez.
¡Sabía que alguno de ustedes se haría esta pregunta! Me alegro que sean de mente inquieta,
y por ello, les daré algo en qué pensar.
En un estudio realizado durante 10 años y publicado en Nexus Magazine, Volumen 12,
Número 3 (Abril-mayo 2005), los doctores Paul Pearsall de la Universidad de Hawai, Gary
Schwartz y Linda Russek, de la Universidad de Arizona, examinaron 10 casos de trasplantes
de corazón o corazón-pulmón en los cuales los pacientes informaban de “cambios en las
preferencias de la comida, la música, el arte, preferencias sexuales, de entretenimiento, e
incluso de profesión.
Entonces, ¿tienen los órganos una memoria celular? Schwartz y Russek se interesaron por
el tema de la memoria celular, en parte como consecuencia del descubrimiento de Schwartz
sobre la "Lógica Memorial Sistémica", a principios de los años 80 (cuando era profesor de
Psicología y de Psiquiatría en la Universidad de Yale) y, en parte, por la evolución de la
Teoría de los Sistemas de Energía Dinámica desarrollada a mediados de los años 90 y
aplicada al corazón por Russek y Schwartz. En mi anterior artículo, titulado “¡Más claro,
Agua!”, ya hablé de la memoria del agua y de su importancia a nivel celular. No voy a
profundizar en detalles ni en complicadas referencias científicas que, cada vez más,
confirman nuestro cuerpo como un universo por explorar. Valga esta muestra como inciso
para estimular sus mentes en la apertura que, toda persona, científico o no, debe tener ante
la vida. La psiconeurobiología aún debe progresar en sus investigaciones y aún más la
biología cuántica; pero de momento, hablaremos un poco más en profundidad del corazón
como órgano que sufre los avatares de nuestra vida diaria.
Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte prematura,
principalmente por la aparición de placas de ateroma (aterosclerosis) en las paredes
vasculares. La placa de ateroma es una acumulación de material (macrófagos muertos,
colesterol, ácidos grasos, triglicéridos y restos de lipoproteínas) en la capa interior de la
pared arterial, dando lugar a la obstrucción del flujo sanguíneo arterial.
Si el vaso afectado es una arteria coronaria, el paciente padecerá una angina de pecho o un
infarto agudo de miocardio; si la arteria afectada se encuentra en el área cerebral, se
producirá un accidente cerebrovascular. Dado que es una enfermedad silenciosa que sólo
avisa cuando el problema está avanzado, la prevención de estas lesiones se vuelve
necesaria. Entre los factores de riesgo encontramos la edad, antecedentes familiares, vida
sedentaria, alimentación mala y desordenada, obesidad, dislipemias (aumento de colesterol
y triglicéridos), tabaquismo, hipertensión arterial, diabetes, y por supuesto, las emociones y
el estrés.
Los cambios en el estilo de vida y la regulación o mejora de los factores de riesgo son
necesarios para reducir el impacto dañino en las patologías cardiovasculares.
El primer estudio relevante que relacionó los estilos de vida con las enfermedades
cardiovasculares fue el denominado “Seven Countries” (realizado por los doctores Keys y
Grande Covián). Demostraron que, factores como el estrés y una alimentación inadecuada
(alto contenido en grasas, aditivos potenciadores del sabor, alimentos precocinados,
ingesta reducida de productos frescos como frutas y verduras, cenas fuertes, ..) influyen en
la aparición de estas enfermedades. Posteriormente, en nuevos estudios se ha evidenciado
la relación directa entre la ingesta de dos a cuatro raciones diarias de cereales integrales,
frutas, verduras y frutos secos; y la disminución del riesgo de contraer enfermedad
coronaria y trombosis cerebral.
Comprendamos un poco más esos datos que aparecen en los análisis de sangre que se
hacen.
Hablemos primero del colesterol. Es una molécula que se encuentra presente en todas las
membranas celulares del organismo y, al ser insoluble en medio acuoso, se transporta por
la sangre asociado a proteínas y otros lípidos formando lipoproteínas. En el plasma
sanguíneo, podemos encontrar principalmente dos tipos de lipoproteínas: Las LDL
(lipoproteínas de baja densidad conocida tambié como colesterol “malo”) que transportan
el colesterol desde el hígado hasta los distintos tejidos del organismo, favoreciendo así el
desarrollo de la ateroesclerosis; y las HDL (lipoproteínas de alta densidad o colesterol
“bueno”) que se encargan de transportar el colesterol desde los diferentes tejidos hasta el
hígado, para que sea eliminado y metabolizado. Así, una concentración baja de colesterol
HDL en plasma, incrementa el riesgo sufrir enfermedad cardiovascular.
Por otro lado, los triglicéridos son grasas que se sintetizan en el hígado, encontrándose
también en determinados alimentos. Los triglicéridos circulan por el torrente sanguíneo y
son transportados por unas lipoproteínas que se producen en el intestino delgado, llegando
hasta los tejidos donde se utilizan como reserva energética para cubrir las necesidades
metabólicas de los diferentes órganos.
El aumento de los niveles de colesterol LDL y triglicéridos en sangre se debe a las grasas
saturadas de origen animal o vegetal (como la mantequilla, manteca, productos lácteos
enteros, embutidos, aceite de coco y palma), el sobrepeso, el sedentarismo, una dieta alta
en hidratos de carbono refinados (harinas y azúcares), el consumo de alcohol y tabaco; y
en otras, puede deberse a predisposiciones genéticas. Por ello es necesario adquirir
hábitos saludables (actividad física, limitar la ingesta de alcohol, azúcares, etc.), y una dieta
adecuada.
Los cambios en el estilo de vida y la regulación o mejora de los factores de riesgo son
necesarios para reducir el impacto dañino en las patologías cardiovasculares
Las grasas y aceites se consideran nutrientes esenciales para que nuestro organismo
funcione correctamente. Los niveles de colesterol sanguíneo y el desarrollo de las
enfermedades cardiovasculares dependen de la calidad y cantidad de ácidos grasos
presentes en la dieta. La OMS (Organización Mundial para la Salud) y la FAO (Organización
de Agricultura y Alimentación de Naciones Unidas) recomiendan que el aporte energético
de grasa total debe estar comprendido entre el 15 y el 30% del total de la alimentación;
correspondiendo un 10% a los ácidos grasos saturados, 6-10% a los ácidos grasos
poliinsaturados y el resto a los ácidos grasos monoinsaturados.
La ingestión de ácidos grasos saturados (como por ejemplo el ácido láurico procedente del
aceite de coco; el ácido mirístico, presente en productos lácteos no desnatados; o el ácido
palmítico presente en la grasa de la carne y en el aceite de palma) produce un aumento del
colesterol total incidiendo en el colesterol LDL y favoreciendo el aumento de la presión
arterial con el riesgo añadido de sufrir trombosis. Muchos de estos ácidos grasos
saturados proceden de bollería industrial y productos envasados tipo aperitivo. En el
etiquetado de estos productos se especifican como grasas vegetales, lo que parece
saludable, cuando realmente no lo son.
La principal fuente en nuestra alimentación de ácidos grasos monoinsaturados es el aceite
de oliva (ácido oleico) y los frutos secos.; aunque dichos ácidos grasos son sintetizados
por el propio organismo y, por tanto, se consideran no indispensables en la dieta, los
alimentos que los contienen proporcionan otros nutrientes importantes, como es el caso de
los flavonoides y los compuestos fenólicos. Estos se encuentran en vegetales, frutas y
verduras y tienen una marcada actividad antioxidante, protegiendo al colesterol LDL de la
oxidación y favoreciendo la actividad del sistema cardiovascular. Así, el aceite de oliva
virgen contiene una cantidad importante de compuestos fenólicos, mayoritariamente
oleuropeína e hidroxitirosol, con una marcada actividad antiaterogénica. Es conveniente
resaltar que existe una clara diferencia entre el aceite de oliva virgen y el refinado, ya que
este último carece de dichos compuestos protectores. En un artículo posterior hablaré de
los aceites con mayor profundidad.
Los estudios revelan los efectos beneficiosos de las grasas poliinsaturadas, como los
omega 6 de los vegetales (linoleico y gamma-linoleico) y los omega 3 del pescado (EPA y
DHA), en la disminución del riego cardiovascular; ya que reducen las concentraciones de
triglicéridos en plasma, la agregación plaquetaria y la presión arterial. Estos efectos se
pusieron de manifiesto tras la ingesta de 1 gramo al día, por encima de los niveles
recomendados (entre 250 a 500 mg/día de EPA y DHA). Dado que una ingesta elevada de
omega 3 provoca una reducción de ácidos grasos omega 6 en los tejidos (de la misma
forma que una ingesta elevada de omega 6 puede alterar el metabolismo y la distribución de
omega 3), la EFSA (Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria) recomienda consumir
más cantidad de omega 6 (proporción 3 a 1) que de omega 3.
Hablemos ahora de otros ácidos grasos. En el estudio de” Nurses Health Study” (1993), se
hizo patente que el consumo de ácidos grasos “trans”, está directamente relacionado con
el riesgo de enfermedad coronaria. De hecho, una reducción del 2% de ácidos grasos trans
por otros ácidos grasos insaturados, reducía hasta en un 53% el riesgo coronario. ¿Qué
son estos ácidos? Los encontrándolos mayoritariamente en alimentos elaborados con
aceites y grasas hidrogenadas (palomitas para microondas, snacks, bollería industrial,
helados, patatas fritas industriales, galletas, etc.). En general, son aceites vegetales
sometidos a un proceso de hidrogenación para obtener grasas semisólidas para la
elaboración de distintos alimentos como las margarinas. Presentan efectos perjudiciales
sobre múltiples factores de riesgo cardiovascular. Estas grasas hidrogenadas pueden ser
incluso más nocivas que las saturadas, ya que los ácidos grasos que se forman tras el
proceso de hidrogenación, resultan tóxicos debido a su conformación trans (es decir, no
natural). De hecho, se ha demostrado que este tipo de ácidos grasos puede incrementar el
colesterol plasmático total y disminuir el colesterol HDL (bueno), pudiendo contribuir así al
desarrollo de la aterosclerosis.
En la actualidad, se admite que la ingesta de ácidos grasos trans provoca una serie de
efectos adversos, iniciándose con cambios en el perfil de las lipoproteínas séricas, aunque
también pueden afectar a la respuesta inflamatoria y la función endotelial (salud interna
vascular). En el estudio TRANSFAIR (valoración de la ingestión de ácidos grasos "trans" y
su relación con los factores de riesgo cardiovascular en países europeos) se analizó el
contenido de ácidos grasos en diferentes alimentos, incluyendo los trans, evidenciando una
mayor concentración en ácidos grasos trans respecto al total, en patatas fritas de
establecimientos de comida rápida (34%), lácteos (31, 3%), vacuno (29, 8%), croquetas
congeladas (26%), pan de molde (17%), pasteles (15%), pasta de hojaldre congelada (12%),
etc., de tal manera que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que su
consumo no supere el 1% de la ingesta energética total. En el mismo sentido, la Food and
Drug Administration (FDA) recomienda una ingesta tan baja como sea posible y en Europa,
la EFSA indica que la reducción del contenido de estos ácidos grasos trans debe
mantenerse lo más baja posible en una dieta nutricionalmente adecuada. Ustedes verán,
pero no abusen de estos alimentos basados en ácidos grasos trans.
Hace poco hablaba con un paciente quien me contaba que no consumía grasas. Le dije que
no abusara del pan. Me miró con sorpresa y me dijo que le encantaba el pan, el arroz y los
macarrones. Le expliqué que las dietas pobres en grasas pero ricas en hidratos de carbono
simples o refinados, elevan los niveles de triglicéridos y colesterol total debido a un
aumento de la síntesis hepática. Espero que me haga caso y coma más frutas y verduras.
¡Hay que comer bien! Las vitaminas contenidas en las frutas y verduras, especialmente las
A, C y E, evitan la formación de los radicales libres de oxígeno, responsables de la
oxidación de las lipoproteínas, e implicadas en el desarrollo de la placa de ateroma.
Con respecto a la tan de moda fibra dietética. La fibra soluble retiene el agua y se vuelve gel
durante la digestión e igualmente retarda la digestión y la absorción de nutrientes desde el
estómago y el intestino. Este tipo de fibra se encuentra en alimentos tales como el salvado
de avena, la cebada, las nueces, las semillas, los fríjoles, las lentejas, los guisantes y
algunas frutas y hortalizas. Entre tanto, la fibra insoluble parece acelerar el paso de los
alimentos a través del estómago y los intestinos y le agrega volumen a las heces. Este tipo
de fibra se encuentra en alimentos tales como el salvado de trigo, las hortalizas y los
granos enteros. Así, se ha evidenciado que el consumo de alimentos ricos en fibra (en torno
a 25 gramos/día) en personas adultas, reduce el riesgo de enfermedad coronaria y diabetes
tipo 2, mejorando además el mantenimiento del peso.
¿Y la sal?
Con el paso de los años, aumenta la susceptibilidad a los efectos adversos de sodio sobre
la presión arterial. De hecho, a medida que envejecemos disminuye el número de nefronas
(células renales) y su función, disminuyendo por ello la capacidad renal para regular el
sodio. Así, la disminución del consumo de sal sería una medida preventiva aconsejada para
las personas hipertensas y aquellas afectadas por alguna enfermedad relacionada con el
sistema cardiovascular (como la insuficiencia cardiaca), con el sistema hepático, el renal y
a aquellos que son diabéticos; ya que dichas enfermedades constituyen un factor de riesgo
para la salud cardiovascular.
Para ir terminando, haré un inciso sobre un compuesto cada vez más usado como
suplementación en la alimentación láctea : los esteroles. Se han descrito más de 200 tipos
de esteroles vegetales diferentes, siendo el más abundante el β-sitosterol, seguido por el
campesterol y el estigmasterol. Los esteroles presentan una estructura similar al colesterol.
Se encuentran en baja concentración aunque de manera natural en aceites vegetales
(girasol, maíz, oliva), legumbres, cereales y frutos secos. Los esteroles vegetales inhiben la
absorción intestinal de colesterol, tanto el ingerido como el vertido al intestino con la bilis.
Aunque prácticamente todos los alimentos vegetales contienen cantidades apreciables de
esteroles vegetales, los aceites de maíz, girasol, soja y colza son los que presentan mayor
concentración. Así una persona que consuma al día tres cucharadas de aceite de maíz de
presión en frío, estaría ingiriendo aproximadamente 300 mg de esteroles vegetales,
cantidad que posee cierta eficacia a la hora de reducir la absorción de colesterol. Para
evaluar los efectos saludables de los esteroles vegetales, se han llevado a cabo diferentes
estudios de metaánalisis y revisión sistemática en humanos, utilizando dosis diarias entre
0, 8 y 4, 0 gramos por día. Los resultados de dichos estudios constataron que a dosis de
hasta 2 gramos al día se producían reducciones significativas en las concentraciones de
colesterol total y LDL, sin provocar cambios en las concentraciones séricas del colesterol
HDL y triglicéridos.
¡Qué especial es el corazón! Siempre está ahí, en nuestro pecho, trabajando sin descanso
para mantener nuestro sistema vivo. Tan sólo necesita un poco de mimo, algo de ejercicio y
una buena alimentación.
En fín, puedo asegurarles que he puesto todo mi corazón en este artículo. Si les ha gustado,
compártanlo y denle un voto a favor. Disfruten la vida y cuídenla, es para siempre.