© CITHOMED, CITHOMEDNAT, CITHOBEL 2021
Un juego de niños
Publicado en Gobledia 30/09/2015
Niños. Planificamos el futuro pensando en las bases matemáticas y
económicas, pero quizás estemos olvidando algo: su adaptación emocional.
¿Acaso el pensamiento y las emociones no son la base del futuro desarrollo
individual y social? Visto lo visto, tenemos un problema
Antiguamente la “Razón” era la característica humana por excelencia, mientras que la
afectividad era tenida como sinónimo de caos, perturbación y desorden. Por eso la
sociedad se ha dirigido siempre en formar la razón y en controlar las emociones. Hemos
perdido la filosofía de vida.
Niños… Nos empeñamos en hacerles ver la vida bajo la perspectiva de un adulto, pero
olvidamos que, en este mundo imperfecto en el que vivimos y frente al cual todos nos
rebelamos una y mil veces, los niños viven y se desarrollan. No nos olvidemos. Este es un
mundo de adultos. Pensamos en lo que está por venir. Decidimos lo que será mejor para
nosotros. Hablamos del futuro, cuando nuestro futuro, son ellos.
¿Qué es un niño? Un ser curioso que quiere crecer; con grandes ganas de aprender y una
capacidad de juego increíble, pero cuya capacidad de adaptación emocional no está aún
desarrollada. Se nutren de la seguridad familiar y del calor emocional de aquellos que les
rodean y guían. Es decir, niños somos casi todos; salvo que lo hemos olvidado.
Pongámonos serios. Hablemos del antecesor del hombre; es decir, los niños.
El niño no vive los acontecimientos de su vida de un modo neutral. No es un árbol. De todas
sus vivencias dependerá cualquier acto futuro; por ello, la afectividad es tan importante que
contribuye a orientar la conducta hacia futuros objetivos.
El ser humano presenta dos características importantes: la personalidad y el carácter.
Ambas parecen similares, pero no lo son. ¿Difícil? Intentaré explicarlo y sentar un
precedente.
La personalidad es algo con connotaciones genéticas y congénitas. Es el conjunto de
características básicas con las que venimos al mundo y sobre las cuales el entorno familiar,
educacional o vivencial, influirá; modulando lo que realmente será el futuro carácter de la
persona.
Por otro lado, la vida afectiva es el conjunto de estados y tendencias que el individuo vive
de forma propia e inmediata; que influye en toda su personalidad y conducta,
especialmente en su capacidad de expresión, y que por lo general, se distribuye en
términos duales como placer-dolor, alegría-tristeza, agradable-desagradable, amor-odio y
atracción o rechazo entre otros.
Esa posición respecto a la influencia recíproca entre afecto y conducta la llamamos
trascendencia; de tal forma que una situación agradable o desagradable supone una
sensación afectiva que a su vez condicionará la conducta para ulteriores encuentros.
Las vivencias negativas contribuyen a que el niño presente diversos estados psicológicos y
anímicos. Estos estados van desde meras inhibiciones del pensamiento con temática
depresiva como el mutismo; a ideas de autolesión. También encontramos en ellos
desinhibición con alegría exacerbada, o a la inversa, tristeza patológica; que incluso
trascenderán en su psicomotricidad, en su expresión facial, su alimentación o el sueño. En
una palabra, presentará alteraciones en su comunicatividad. Esa comunicatividad no es
sino la influencia y participación de las emociones en la comunicación entre el individuo y
el medio.
Las actitudes de seducción, dependencia, evasión, hostilidad.., asociadas a los
mecanismos defensivos del individuo, son un aspecto importante de la comunicación
afectiva que estará sujeta a una variedad cualitativa y gradual en función de los diferentes
grados de intensidad en que se manifieste dicha afectividad.
Por ello, cuando enfocamos el desarrollo madurativo de un niño en base a sus vivencias
emocionales, nos enfrentamos a situaciones de angustia que pueden originar indiferencia o
frialdad afectiva respecto a sus relaciones con el mundo exterior. Dicha frialdad afectiva
favorece diferentes trastornos en el carácter y personalidad del infante con una mayor
incidencia en el sexo femenino, como ya demostraron los doctores Psykel y Rowan de la
Academia Médica Edimburgo en 1979 y refrendado en 1989 por los doctores Wilheim y
Parker de la comisión Americana de psiquiatría.
Sin entrar en gran número de detalles, podemos enumerar distintos trastornos
consecuencia de una alteración en la afectividad. Hallamos procesos distímicos (con humor
variable e introvertidos), apatía, agitación psicomotriz, trastornos del sueño, sonambulismo,
terrores nocturnos, enuresis, trastornos de la sexualidad y trastornos en la conducta (de
incidencia en la percepción de la territorialidad, el plano competitivo o incluso la expresión
y el deseo sexual). De igual manera nos enfrentamos a trastornos de la alimentación (entre
los que nos podemos encontrar la anorexia, fenómenos obsesivos-compulsivos; o incluso
procesos somáticos como la dificultad para tragar o disfagia); suponiendo un medio,
consciente e inconsciente, de manipulación de su entorno.
Invertir en los niños es invertir en los hombres del mañana
No podemos tampoco dejar de valorar aquí las posteriores incidencias en las trastornos por
dependencia; con introversión y aislamiento social, obesidad, sentimientos de auto-
depreciación y culpa que derivarán, en un gran número de casos, en bulimia; y en la posible
incapacidad para expresar afecto a través de las palabras (alexitimia), junto a otros
trastornos de la personalidad.
Como vemos, el panorama que se evidencia en el futuro carácter del niño cuya afectividad
se ve alterada por las vivencias desarrolladas no es muy alentador; especialmente cuando
los factores precipitantes son traumas o conflictos emocionales intensos o repetidos, con
sobrecarga tensional; situaciones de abandono o indiferencia social y traumas afectivos
que precipitan en una ansiedad generalizada y derivan en la pérdida de la propia identidad
(egóstasis).
Todo ello supone una intensa conflictividad interna; con mal control de su vida instintiva y
afectiva, por lo que estará sometido a una lucha que le ocasionará constantes y penosas
tensiones internas. Se rechazará a sí mismo con un sentimiento de inseguridad lo cual
favorecerá una propensión a la culpabilidad y una alta disconformidad personal y social
que le pondrá en manos de las “redes sociales” físicas o cibernéticas, conformando una
pauta que determinará el desarrollo del futuro adulto.
Este desarrollo sería del todo trágico si nadie hiciera nada por ellos, si no hubiera una mano
amiga que favoreciera la percepción, en las vidas de dichos niños y jóvenes, de factores
emocionales positivos.
Frente a los numerosos desafíos del porvenir, la atención al desarrollo de la infancia
constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los
ideales de paz y equilibrio social que deseamos. La familia, el cariño y la educación en la
tolerancia y el respeto, son vías al servicio de un desarrollo humano más armonioso y
auténtico, para hacer retroceder muchas de las incomprensiones e intolerancias que, una
vez adultos, muchas personas manifiestan.
En una sociedad caracterizada por los progresos científicos y económicos, es imperativo
que todos los que estamos investidos de alguna responsabilidad prestemos atención a los
objetivos de desarrollo y soporte humano, como una estructuración de la persona y de las
relaciones entre individuos, grupos, pueblos o naciones. La ayuda a aportar debe ir dirigida
en la perspectiva del nacimiento de una sociedad mundial, en el núcleo del desarrollo de las
personas y las comunidades. Esta ayuda debe partir en formar la creatividad y el análisis,
para hacer fructificar los talentos y capacidades de de los niños, lo que implica que en el
futuro, cada uno puede aprender a responsabilizarse de sí mismo y realizar su proyecto
personal, dirigiéndole hacia la madurez social.
En ésta perspectiva todo se ordena; ya se trate de las exigencias culturales, del
conocimiento de sí mismo y de su medio ambiente, de la creación de capacidades que
permitan a cada uno actuar como miembro de una familia, como ciudadano o como eje
social.
Evoco a este respecto la necesidad de dirigirnos a una sociedad educativa; recalcando el
potencial de las actividades culturales y de entretenimiento; inculcando el gusto y el placer
de aprender, fomentando la sana curiosidad del intelecto y ayudando a resaltar los valores
humanos.
Toda esta ayuda generada a los niños se traduce así en una evolución psicológica y
humana muy valorable. Como dijo Edgar Faure (Político francés, ministro de educación,
presidente de la Asamblea Nacional y miembro de la Academia Francesa en 1978), dicha
ayuda se convierte en una inversión dirigida a APRENDER A CONOCER (o desarrollo de la
comprensión), APRENDER A HACER (o a influir positivamente en el entorno), APRENDER A
VIVIR JUNTOS y, el último pero no menos importante, APRENDER A SER.
El reto que propongo desde aquí es no dejar sin explorar ninguno de los talentos
enterrados en el fondo de la persona (raciocinio, imaginación, aptitudes físicas, facilidad de
comunicación con los demás, carisma natural, y por encima de todo, tolerancia); y así
adaptarse a los cambios de la sociedad sin por ello perder el sentido original de ayuda y
desarrollo. Es un reto que empieza en la familia y se transmite a una sociedad.
Esta posición me lleva a insistir en la necesidad de prestarles atención día a día, a pesar de
lo cansados que estemos; en comunicarse con ellos y transmitirles el calor emocional,
necesario para su desarrollo; en enseñarles a aprender a vivir juntos, conociendo mejor a
los demás, su historia, sus tradiciones y su espiritualidad; y a partir de ahí, crear un espíritu
nuevo que impulse la realización de proyectos comunes. No sólo crecen ellos. Los adultos
crecemos a través de ellos, pues nos recuerdan el niño que aún llevamos dentro y muchas
veces no hemos sabido educar.
Invertir en los niños es invertir en los hombres del mañana.