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¡Ojo, que no te veo!

Publicado en Gobledia 06/08/2015

Llega el sol y nos gusta estar al aire libre. Sé que la pregunta les sonará divertida, pero ¿usan protección? Espero que, por su salud, no le quiten el ojo a lo que vamos a contar a continuación En anteriores artículos hemos hablado de los vegetales, del agua, de la lactancia, de la astenia primaveral e incluso nos hemos permitido hablar del verano. Había pensado en hablar del intestino, del hierro o incluso de la intuición; pero lo dejaré para otro momento en que haga menos calor. ¿Se dan cuenta? Salimos al aire libre y nos enfrentamos, cual feroces gladiadores, al sol. De inmediato, nos encontramos sumergidos en un mar de radiaciones infrarrojas (IR) y ultravioletas (UV) que inundan nuestro organismo, nuestra piel y nuestros ojos. Damos un paseo y vemos a niños (y no tan niños) desprotegidos ante los inclementes rayos solares que, como saetas, inciden y se reflejan cruelmente en todo lo que encuentran a su paso. El Sol proporciona la energía necesaria para que exista vida en nuestro planeta. Emite radiaciones a lo largo de todo el espectro electromagnético (desde el infrarrojo hasta el ultravioleta), aunque no todas ellas alcanzan la superficie de la Tierra gracias a esa capa gentil, atrapada en el sutil campo gravitatorio terrestre, que es nuestra Atmósfera. Estamos hartos de oír que la exposición continuada a la radiación solar puede ser perjudicial para la salud. Solo nos acordamos de preocupamos cuando percibimos una ligera variación o picor en alguno de los lunares o manchas de nuestro cuerpo. Entonces, ¿por qué sigo viendo a personas enrojecidas cual cangrejos a la plancha? ¿Y aquellos que, de tanto tomar el sol, parecen más oscuros que la piel de un toro? ¡Por favor! ¡Oigan mi clamor de disgusto y asombro a un tiempo! Por mucha crema protectora e hidratante que nos demos; o por muchas sombrillas bajo las que nos guarezcamos ¡no estamos protegidos ante la acumulación de horas de sol! Ahora que he conseguido llamar un poco su atención, permítanme que les hable de ciencia. La proporción de la radiación solar en las distintas regiones del espectro es aproximadamente un 7% ultravioleta, 43% de luz visible, 49% Infrarrojos y un 1% de otras radiaciones. Han leído bien. ¡Un 49% de IR! La mayor parte de la radiación infrarroja, el 65%, se denomina infrarroja A (IR-A). Presenta una mayor longitud de onda que los rayos ultravioletas A y B (UVA y UVB) y penetra en nuestra piel hasta una profundidad de 10 milímetros. Esto quiere decir que alcanza la capa más profunda de la piel, la hipodermis, y la altera causando daños. Los IR-A no dan sensación térmica de calor, pero sí lo provocan en las capas profundas de la piel. De hecho, pueden elevar la temperatura de estas capas hasta los 42 grados, provocando un “estrés térmico” que afecta a las células e incrementa la concentración de los tóxicos radicales libres, que atacan a las células sanas y provocan su envejecimiento. Hoy se sabe también que este calor aumenta los efectos de los rayos UVA, que penetran hasta la dermis y junto a la radiación IR-A potencia la formación de mutaciones en el ADN y, por tanto, aumenta la probabilidad de sufrir lesiones celulares importantes. Por otro lado, la sensación térmica de calor es producida por las radiaciones infrarrojas B y C. Son las responsables de las insolaciones y los golpes de calor. Esto es especialmente peligroso en el caso de los bebés y los niños, ya que su sistema de termorregulación aún no se ha desarrollado del todo y es muy sensible. Ya hemos mencionado a los rayos UV. La traidora y sibilina radiación ultravioleta es emitida por el Sol en longitudes de onda que van aproximadamente desde los 150 nanómetros (nm), hasta los 400 nm, en las formas UV- A, UV-B y UV-C; pero a causa de la absorción por parte de la atmósfera terrestre, el 99% de estos rayos que llegan a la superficie de la Tierra son del tipo UV-A. La atmósfera ejerce una fuerte absorción que impide que la atraviese toda radiación con longitud de onda inferior a 290 nm. La radiación UV-C, especialmente negativa, no llega a la tierra porque es absorbida por el oxígeno y el ozono de la atmósfera (salvo en aquellas zonas donde la continua emisión de compuestos volátiles la dañan, produciendo el llamado “agujero de ozono”). La radiación UV-B es parcialmente absorbida por el ozono y llega a la superficie de la tierra. Estos rayos son los que provocan el envejecimiento prematuro de las células en los tejidos del cuerpo. Interfiere con los enlaces moleculares que pueden alterar las moléculas de ADN, favoreciendo, entre otros problemas, el carcinoma de células básales, carcinoma de células escamosas y melanoma maligno o cáncer de piel. Las nubes más densas y oscuras bloquean más eficientemente la radiación UV, mientras que las nubes blancas de menor desarrollo, junto con las nieblas y calimas, atenúan en mucha menor medida la radiación UV. Es por ello que es importante la protección aún en días nublados. No debemos dejar de prestar atención al hecho particular que algunas nubes pueden llegar a actuar como lupas, espejos y difusores e incrementar las intensidades de los rayos ultravioleta y, por consiguiente, el riesgo de acumulación en nuestro cuerpo. Permítanme que insista, como el de los Seguros. No basta con proteger el cuerpo mediante cremas protectoras, toldos y sombrillas. El sol, se acumula y tiene memoria; de modo que la piel "recuerda" la radiación que ha recibido toda su vida. Los efectos negativos que van apareciendo paulatinamente en la piel, son consecuencia de la suma de la radiación solar recibida a lo largo de los años. Increíble, pero cierto. Por mucha crema protectora e hidratante que nos demos no estamos protegidos ante la acumulación de horas de sol Los rayos UV-B (291 a 315 nm) suelen provocar eritemas y quemaduras en los tejidos. Debido a que los tejidos contienen moléculas que absorben la luz (cromóforos), el daño se puede dar en cualquier célula del cuerpo; ya sea por alteración en la unión de las cadenas moleculares o por la formación y acumulación de radicales libres. El bronceado es la consecuencia de la acción de los rayos ultravioletas tipo A (son los rayos que emiten las cabinas de bronceado artificial). En algunas personas con un nivel de resistencia solar (fototipo) de piel alto, la pigmentación puede producirse sin observarse eritema previo (enrojecimiento). La pigmentación oscura de la piel (bronceado) puede ser inmediata tras la exposición (por oscurecimiento del pigmento ya existente), o retardada alrededor de los 3 días por la síntesis de nuevo pigmento por parte de los melanocitos (células encargadas de la coloración de la piel). Existe la falsa creencia de que estar moreno es signo de protección de los efectos perjudiciales del sol, pero como hemos dicho, el bronceado sólo nos protege de las quemaduras pero no nos protege de los efectos tardíos relacionados con la exposición crónica como son el envejecimiento o el desarrollo de cánceres cutáneos. La melanina (pigmento de la piel) nos protege de los rayos ultravioleta B, pero no de los A; de manera que la radiación llega a las capas más internas de la piel y produce sus efectos irreversibles: cambios profundos en la vascularización de la dermis, degeneración del colágeno y carcinogénesis cutánea. A dicha radiación se deben los procesos degenerativos cutáneos que aparecen con la edad y que se aceleran en aquellos individuos expuestos excesivamente al sol, ya sea por la latitud geográfica, por su profesión (marineros, empleados de la construcción y labores agrícolas) o simplemente por su irresponsabilidad. Lo grave es que debido a los efectos acumulativos de los rayos ultravioleta A y su acción interna, las lesiones se demuestran a lo largo del tiempo, cuando la prevención ya no es posible. Los filtros utilizados en los protectores solares son efectivos para disminuir los efectos de las radiaciones ultravioleta A y B, pero no protegen contra los infrarrojos. Algunos protectores solares contienen antioxidantes para evitar los daños causados por esta radiación. Insistiré en indicar que se hace necesario extender la protección 30 minutos antes de tomar el sol y repetir la aplicación cada dos horas o tras el secado con toalla. ¿Y los ojos? ¿Los creemos a salvo? Con una gorra o a la sombra pensamos que sí; y las gafas las usamos para sentirnos interesantes en las fotos. Existe cierta cantidad de personas que son más vulnerables a un daño ocular por radiaciones solares. Con la edad perdemos determinadas moléculas protectoras que nos ayudan a filtrar fotometabolitos dañinos, favoreciendo la degeneración macular senil y la formación de cataratas. La radiación infrarroja produce un aumento de la temperatura global del ojo, lo que se puede traducir en microlesiones y quemaduras. Por otro lado, la exposición del ojo a los rayos ultravioleta depende de factores como la radiación reflejada por el suelo, el grado de intensidad de la luz del cielo que obliga a nuestros párpados a entornarse, de la cantidad de luz reflejada por la atmósfera, o de la utilización de gafas de sol homologadas (¡cuidadín con el todo a un euro!) Algunos de los efectos agudos de la radiación UV sobre el ojo son la fotoqueratitis (inflamación de la córnea y del iris) y la fotoconjuntivitis (inflamación de la conjuntiva, que es la membrana que recubre el interior de los párpados), que son trastornos dolorosos pero reversibles, y fácilmente evitables usando gafas de protección adecuada. Aunque no es época de nieve (una lástima), aprovecharé para hacer un inciso. El fenómeno llamado “ceguera de la nieve” es resultado de una prolongada exposición a los rayos UV-B reflejados desde la nieve. Entre los posibles efectos crónicos se cuentan la aparición de pterigyum (tejido opaco blanquecino que se forma en la córnea), el cáncer de células escamosas de la conjuntiva (tumor maligno escamoso o en placa), y las cataratas. Diversos estudios realizados en pacientes operados de cataratas y en personas con iris de color azul, han demostrado que hay una relación significativamente alta en la aparición de Degeneración Macular Senil en dichos casos en comparación con personas no operadas o de iris oscuro. En la actualidad, se estima que un 20% de todas las cataratas son causadas por la exposición a los rayos UV. Señoras y señores, si están operados de cataratas, ¡pónganse las gafas!; y si no lo están, ¡también! En suma, ¿cómo podemos ayudar a nuestro cuerpo a defenderse? Muy sencillo. Todo consiste en una exposición controlada al sol; uso de protección adecuada, beber abundantes líquidos y no descuidar el consumo de frutas y verduras ricas en vitamina C y carotenos (como son el tomate, melón cantalupo y sandía, calabaza, zanahoria, remolacha roja, melocotón y albaricoque, fresas y frambuesas, cerezas, manzanas rojas, ciruelas, naranjas y nectarinas entre otros). Los estudios lo demuestran. Cinco minutos diarios de exposición al sol son suficientes para fijar el calcio. ¿Para qué sobreexponerse? Pasen ustedes un buen verano y disfruten, con conocimiento, del sol y el aire libre. Nos vemos próximamente, aquí, con un nuevo artículo.