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¡Tengo hambre, mamá!
Publicado en Gobledia 01/07/2015
Lactancia materna, leche de continuación, cereales con gluten o sin él. Cada
año surgen nuevas modas en la forma de orientar la alimentación del bebé. Pero
¿cuál es la mejor? La experiencia y la fisiología digestiva nos ayudan a
encontrar la mejor opción
Últimamente me encuentro con las diferentes modas en las recomendaciones de la
alimentación del recién nacido, incluso, la indicación de introducir desde los primeros
meses, los cereales con gluten. Por favor, seamos cautos y sensatos a la hora de introducir
nuevas proteínas en la frágil cadena alimentaria de un bebé. Aún cuando pueda tolerarlo al
principio, el riesgo de generar un patrón de respuesta entérico-reactivo previo a una
intolerancia alimentaria es muy alto. Permítanme que me ponga serio y pase a desarrollar el
tema de la alimentación del recién nacido y de cómo puede irse variando a medida que el
bebé y sus necesidades crecen.
Con la leche materna se aportan al niño los nutrientes precisos y además en forma
adaptada a sus posibilidades digestivas y metabólicas. La composición de la leche de la
madre incluye los componentes exactos que el niño precisa para cubrir cada una de sus
necesidades, en cada momento.
La primera leche que se segrega recibe el nombre de calostro, que es de color amarillento,
cremoso, espeso y pegajoso. Es muy rica en proteínas, en factores que estimulan las
defensas del recién nacido y tiene menos grasa y lactosa que la leche madura (que se
segrega a partir del décimo día). A partir del cuarto día se produce la denominada leche de
transición ("subida de la leche"), que tiene una composición intermedia entre el calostro y
la leche madura.
Aunque la composición varía de una mujer a otra, de un día a otro e incluso dentro del
mismo día; básicamente encontramos proteínas (0, 9-1, 1 gr/100 ml). El cociente
caseína/seroproteínas es de 10/90 al comienzo de la lactancia, pasando a 40/60 en la leche
madura. Contiene una cantidad importante de nitrógeno no proteico y la presencia de
ciertos aminoácidos esenciales para el recién nacido (como la fenilalanina y la tirosina).
También es elevado el contenido de lactosa, fuente de galactosa necesaria para la
maduración cerebral, que mantiene un bajo pH a nivel intestinal, y que favorece el
desarrollo de una peculiar flora intestinal con indudables beneficios defensivos. Contiene
ácidos grasos monoinsaturados de cadena larga, de mayor rendimiento calórico, fácil
absorción, y sin efecto aterogénico (no favorece la aterosclerosis o enfermedad de bloqueo
circulatorio arterial y vascular). Abundan los ácidos grasos poliinsaturados, esenciales para
el ser humano, e imprescindibles para la formación de numerosa estructuras (cerebro,
retina, o membranas celulares entre otras) o para la síntesis de prostaglandinas,
tromboxanos y otras sustancias biológicas. Igualmente presenta bajo contenido en sales
minerales, y un cociente de calcio/fósforo que favorece la absorción del calcio y que facilita
la mineralización ósea; junto a vitaminas, enzimas y hormonas.
La leche materna suministra también protección antiinfecciosa y antialérgica. El efecto
antiinfeccioso obedece a que el lactante no sólo recibe nutrientes por la leche, sino una
serie de sustancias que, por diferentes mecanismos, van a proveerle de una defensa local
frente a agentes infecciosos (inmunidad pasiva prestada por la madre), mientras maduren
los mecanismos que le permitan contar con su propia inmunidad activa.
Entre estas sustancias se pueden citar la lactoferrina, la proteína fijadora de vitamina B12,
la proteína fijadora de ácido fólico, diversas enzimas (lactoperoxidasa, lisozima, etc),
gangliosidos, oligosacáridos, factor antiestafilocócico, factores de crecimiento,
nucleótidos, células con propiedades defensivas e inmunoglobulinas.
¿Qué ventajas tiene la lactancia materna?
Es necesario saber que los beneficios que aporta la leche de la madre al niño favorecerán
su salud para toda vida, y nada podrá sustituir sus beneficiosos efectos. Encontramos que
las inmunoglobulinas de la secreción láctea protegen el pecho materno. Por otro lado, se ha
comprobado que el útero vuelve a su tamaño (involución uterina) más rápidamente y hay
una menor incidencia de cáncer de mama. Durante la lactancia, la ovulación se retrasa y,
por tanto, la posibilidad de un nuevo embarazo. Este efecto anovulatorio es más evidente
cuando el niño lacta muchas veces al día.
Las consecuencias a corto y largo plazo serán un óptimo estado nutritivo y ausencia de
alteraciones metabólicas y de trastornos digestivos, porque la composición de la dieta no
representará en ningún momento una sobrecarga de la capacidad funcional del aparato
digestivo.
La lactancia materna favorece el establecimiento de la vinculación afectiva madre-hijo.
Entre los mamíferos, la frecuencia del amamantamiento parece guardar relación con la
fuerza del vínculo, siendo muy fuerte entre las especies de contacto continuo, mientras que
en aquellas que mantienen un menor contacto con sus crías se muestra más débil. La
precoz relación madre-hijo es importante para el establecimiento del "vínculo", que
aumenta la frecuencia y la duración de la lactancia.
Los estímulos sensoriales, auditivos y olfatorios, además de la succión, contribuyen al
establecimiento de la lactancia materna. La estimulación sensorial que la madre recibe
amamantando a su hijo, es un factor importante en el mantenimiento de la lactancia.
Para el amamantamiento, el bebé debe tener hambre, y ha de estar seco, a temperatura
confortable, en postura cómoda y semisentado. Al mismo tiempo, la madre debe estar
relajada, cómoda y tranquila. También segura de sí misma y de su capacidad para lactar. El
niño debe ponerse al pecho al poco tiempo después del parto, ya que este inicio precoz
estimula el reflejo de la lactogénesis (generación de leche) y contribuye al éxito de la
lactancia.
Se recomienda un horario a intervalos regulares, cuando tenga hambre (a demanda). No es
aconsejable darle de mamar antes de que hayan trascurrido 2 horas de la toma anterior. Por
la noche, si no se despierta, se puede hacer un descanso, pero si llora por hambre habrá
que darle el pecho. La mayoría de los bebes al final del primer mes establecen un horario
regular y adecuado.
Si el niño tiene hambre, se puede permitir que tome el primer pecho el tiempo que necesite
para vaciarlo, lo cual suele conseguir en 20 minutos. El tiempo necesario puede ser variable
en cada niño, aunque si el niño succiona vigorosamente en los primeros 5 minutos sacará
el 80-90% de la leche.
Se aconseja darle los dos pechos, comenzando en la toma siguiente con el último que le dio
para conseguir un vaciamiento completo. Si la secreción es muy abundante y el niño queda
satisfecho, tomará un pecho cada vez. Para retirarlo del pecho, caso de que el niño no lo
haga espontáneamente, se introducirá con cuidado un dedo en la comisura bucal y, al
romper el vacío oral, se inhibirá el reflejo de succión.
Una vez acabada la toma se mantiene al niño incorporado en el regazo de la madre o
apoyado sobre el hombro, dándole pequeños golpes en la espalda para ayudar al eructo.
Puede expulsar una pequeña cantidad de leche al mismo tiempo, que se considera normal.
Hay ocasiones en que esta maniobra hay que hacerla a mitad de la toma, para poder
continuar con la misma.
Las deposiciones de los primeros días del bebé alimentado con lactancia materna, son
negruzcas, pegajosas e inodoras. Constituyen el meconio. Después aparecen las
denominadas heces de transición, menos oscuras y grasientas y posteriormente, alrededor
de los 7 días, aparecen las deposiciones características de la alimentación al pecho:
amarillento-verdosas, semilíquidas, de expulsión ruidosa, de olor no desagradable y en
número variable (desde una al día, hasta una después de cada toma).
La alimentación de la madre debe ser variada, equilibrada y completa, con un aporte
energético promedio de 2.500 kilocalorías y abundante ingestión de líquidos (2-3 litros al
día). El aporte de proteínas debe aumentarse a 2 gr/kg/día. Debe ingerir leche o derivados, al
menos 500 ml. diarios. En caso de ser alérgica, intolerante o no gustarle debe recibir un
suplemento de 1 gr. de calcio al día.
En la ración alimenticia debe incluir la carne, pescados, huevos, verduras, legumbres, leche
y derivados, frutas, pan y cereales.
Algunas sustancias de los alimentos pueden dar mal sabor a la leche, por lo, que a ser
posible, deben evitarse: cebollas, ajos, alcachofas, espárragos, puerros o apio; así como
las especias. Igualmente pueden causar molestias la col, los nabos, el brécol, el ruibarbo,
los albaricoques, las ciruelas y las alubias, así como las comidas muy condimentadas.
Las fibras son útiles para combatir el estreñimiento. Si la madre nota o sospecha de un
determinado alimento, debe evitarlo o comprobar su efecto en el hijo en las siguientes 24
horas a su ingesta. En verano, una dieta rica en melón, melocotones y otras frutas frescas
puede causar cólico y diarrea en el lactante.
El alcohol y el tabaco son dos sustancias tóxicas cuyo consumo debe evitarse pues pasan
a la leche materna. Es también conveniente suprimir el consumo de bebidas estimulantes
(té, café, refrescos de cola). La cafeína de este tipo de bebidas produce en el niño
irritabilidad, insomnio, diarrea, etc. y a largo plazo incluso dependencia.
Como los requerimientos del lactante no son siempre los mismos, y varían sobre todo en
función de la madurez al nacimiento y de la edad postnatal, la leche materna modifica sus
características de acuerdo a las demandas del niño, a su capacidad para digerir y
metabolizar los distintos nutrientes, y a la mayor o menor necesidad que tenga de recibir
protección pasiva, circunstancias sometidas a una permanente evolución.
El volumen de leche producido por la madre aumenta progresivamente a partir de los pocos
centímetros cúbicos segregados el primer día (acordes con la limitada capacidad gástrica
del recién nacido al término, que no llega a sobrepasar los 30 ó 35 ml., siendo
considerablemente menor en el prematuro). Ese crecimiento alcanza los 700 ó 900 ml/día
que por término medio suele producir la mujer en un estadio de lactancia plenamente
establecida.
Se considera que el bebé está recibiendo la cantidad correcta si al principio recupera el
peso del nacimiento a los 7-10 días y empieza a ganar alrededor de los 12-14 días (un
promedio de 150-200 gr. semanal). Si se observa que el niño duerme cada 3-4 horas, chupa
con fuerza y vacía el pecho, orina varias veces al día (moja el pañal), aumenta bien de peso
con una curva satisfactoria y queda satisfecho después de la toma, hay que deducir que
está recibiendo la cantidad adecuada.
En cambio, si el niño mama con demasiada avidez, no se queda satisfecho a pesar de vaciar
las mamas, duerme mal, se despierta muy pronto y no gana peso, probablemente no está
recibiendo la cantidad o calidad adecuada; por lo que puede empezar a considerarse
suplementar la lactancia natural.
Fisiológicamente se recomienda dar el pecho de forma exclusiva hasta los 4-6 meses. A
partir de esta edad se inicia la diversificación alimenticia, con introducción escalonada de
diversos alimentos distintos de la leche. El destete definitivo debe hacerse entre los 9 y los
12 meses; si bien la alternancia con leches de continuación puede hacerse a partir de los 4
meses para favorecer la adaptación digestiva progresiva del bebé. Cuando se comienza el
destete no se debe hacer de manera brusca sino gradual, en el trascurso de unas cuantas
semanas, para ir acomodándose progresivamente tanto la madre como el niño.
Si el destete se quiere realizar antes del sexto mes, generalmente por motivos laborales, se
recomienda comenzar tres semanas antes, sustituyendo cada semana una toma de pecho
por un biberón. Si el destete se realiza después del sexto mes, se mantienen dos tomas de
pecho y el resto se sustituye por otros alimentos.
Siempre se debe sustituir primero por la toma que tenga menos leche o que menos
demande el niño. Si la madre se queda molesta se debe extraer la leche para evitar la
inflamación.
Cuando el lactante recibe, junto a la secreción láctea de la madre, leche de fórmula para
lactantes, se habla de lactancia mixta. La principal indicación de la lactancia mixta es la
escasez de leche (hipogalactia), tanto si es primaria como si es secundaria a diferentes
afecciones locales (grietas del pezón, mastitis) o generales (infecciones, psicosis) de la
madre. También está impuesta por razones sociales, cuando las madres trabajan fuera de
casa y no reciben facilidades para administrar todas las tetadas e igualmente en la fase
predestete, al abandonar progresivamente el pecho.
Se habla de lactancia artificial cuando el niño recibe un alimento distinto de la leche de
mujer, en especial leche de vaca, más o menos modificada, y más rara vez de otros
animales o fórmulas sintéticas, sin relación con la leche de un mamífero. En la actualidad el
método más utilizado de lactancia artificial es la administración de fórmulas para lactantes,
derivadas de la leche de vaca con importantes modificaciones para hacerla lo más parecida
posible a la leche de mujer.
Las fórmulas comerciales de leche son productos industriales ideados para la alimentación
del lactante y del niño pequeño, cuyo contenido proteíco procede habitualmente de la leche
de vaca si bien puede tener otros orígenes, como la leche de soja. La presentación en
polvo, la más utilizada en nuestro país, tiene como ventajas esterilidad, fácil conservación
(incluso en envases abiertos), composición constante y la facilidad para preparar los
biberones. La presentación "lista para tomar" ahorra el trabajo de preparar el biberón y
evita los errores derivados de utilizar agua no adecuada y de hacer concentraciones
erróneas.
Diversos organismos han elaborado unas normas de composición de estos preparados,
entre ellos el Comité de Nutrición de la Sociedad Europea de Gastroenterología,
Hepatología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN), el Comité de nutrición de la Academia
Americana de Pediatría (AAP) y el Comite Científico para la alimentación de la Comisión de
las Comunidades Europeas (CEE), que se basan en referencias previas de la Comisión
Codex Alimentarius, FAO, OMS, UNICEF, etc.
Para la alimentación del lactante sano se distinguen dos tipos: "de inicio", y "de
continuación". A pesar de todas estas modificaciones la fórmula de inicio difiere todavía
mucho de la leche de mujer. Las proteínas son heterólogas (no humanas) y de menor valor
biológico. Faltan componentes proteícos menores como las defensas (inmunoglobulinas),
lactoferrina, nucleótidos, etc. Las grasas son peor aprovechadas, ya que su composición es
distinta y falta el elemento que ayuda a digerirla (enzima lipasa); y no existen diversos
oligosacáridos, ni ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga.
Las fórmulas de continuación (o de seguimiento) están indicadas como parte líquida de la
dieta del destete para lactantes a partir del 6º mes y para la alimentación de niños de 12 a 36
meses como parte de una dieta diversificada.
Estas leches se basan en que a partir de los 4-6 meses la capacidad funcional del aparato
digestivo, la actividad de las enzimas y la función excretora renal han alcanzado un nivel
muy superior al existente en el recién nacido y más semejante al del niño mayor. Por tanto,
es posible prescindir a partir de esta época de las fórmulas de inicio más complejas y
costosas.
Antes de pasar a la leche de vaca entera, son aconsejables estas fórmulas "de
continuación" que aportan los requerimientos mínimos de los nutrientes esenciales. Esto
es de gran interés, tanto si esta leche es el alimento único que recibe el lactante, como si es
utilizada como alimento complementario en una lactancia mixta, ya que la leche de mujer a
partir de esta época empieza a ser insuficiente en algunos nutrientes.
La preparación del biberón consiste en diluir la leche en polvo con agua. Algunas madres,
en su deseo de sobrealimentar a su hijo, diluyen escasamente la fórmula y administran un
alimento hiperconcentrado; el niño no puede eliminar la sobrecarga de leche,
produciéndose diarreas y deshidratación. Otras veces se trata del error inverso: la dilución
es excesiva y el niño, que no puede aumentar indefinidamente el volumen de su ingesta,
cae en malnutrición.
Tienen gran importancia las características del agua con que se prepara el biberón. Interesa
conocer el contenido en minerales, la presencia de nitratos (peligro de una enfermedad de
la sangre llamada metahemoglobinemia) y contaminación por bacterias y parásitos. Es
imprescindible hervir el agua de los biberones, ya que tanto el agua de consumo público
como las aguas embotelladas pueden estar contaminadas. Por otro lado, es muy importante
la higiene del biberón, pues la suciedad, a veces con restos de la toma anterior, es fuente de
infecciones.
Los alimentos deben introducirse de uno a uno, con intervalos semanales para poder
detectar posibles intolerancias
El biberón se debe administrar cada 3-4 horas durante el día y durante la noche cuando el
lactante lo solicite. En general, pasados los dos primeros meses, los niños duermen
durante 6-7 horas permitiendo así el descanso materno. Para administrar el biberón, la
madre debe estar sentada, teniendo al niño semi-incorporado, en la misma posición en que
se da el pecho. El biberón se coloca inclinado de modo que la tetina esté siempre llena de
leche.
El tamaño del orificio de la tetina debe permitir que si el biberón se coloca en posición
invertida, la leche gotee sin dificultad, pero sin salir a chorro. Una tetina con orificios muy
grandes favorece el atragantamiento, la aspiración y posiblemente la sobrealimentación. Si
los orificios son, por el contrario, pequeños, obligan a una succión vigorosa, causa posible
de aerofagia, cansancio y subalimentación.
La toma de alimento debe durar de 10 a 15 minutos, y el lactante no debe quedarse dormido
con la tetina en la boca dado que existe riesgo de regurgitación e incluso aspiración y, por
otra, la permanencia prolongada de alimento en la boca favorece la caries.
De cuando en cuando, durante la toma, y de nuevo al final de ella, se colocará al niño en
posición vertical para favorecer el eructo. Con el aire puede expulsarse también una
pequeña cantidad de alimento, sin que ello tenga significación patológica. Las
interrupciones durante la toma permiten además la entrada de aire al biberón, evitando que
la tetina pueda colapsarse y no salga leche cuando el niño succione.
Los errores más frecuentes en ésta fase de la alimentación están relacionados con usar
leches en polvo enteras, más baratas que las modificadas, y tomarlas como si fuesen
fórmulas para lactantes; o usar leches alteradas, por ejemplo leches descremadas, y
prolongar la alimentación con ellas. Con más frecuencia se inicia la lactancia con una
fórmula adecuada, pero debido a su precio se abandona antes de tiempo y la madre, que ya
ha perdido la posibilidad de lactar, administra leche de vaca entera u otros alimentos
inadecuados para la edad del niño.
También es frecuente la sobrealimentación, en cuanto la madre pretende que el lactante
tome hasta la última gota del biberón que ha preparado. Más rara es la subalimentación, ya
que el niño sabe expresar muy bien cuando tiene hambre y la madre acaba dando el
alimento que reclama.
El bebé criado a biberón tiene habitualmente heces más consistentes. En las primeras
semanas, lo normal es que evacúe de 4 a 6 veces al día. Al cabo de pocos meses las
deposiciones acostumbran a reducirse a 1 ó 2 diarias. Con este tipo de alimentación es más
frecuente el estreñimiento y las heces pueden alcanzar una consistencia que haga difícil su
evacuación. Incluso pueden provocar ocasionalmente pérdidas de sangre fresca en la
superficie de la deposición, cuyo origen está en fisuras del conducto anal. No tiene
importancia si su aparición es escasa u ocasional.
Otras dudas surgen cuando se habla de introducir la alimentación sólida.
Los cereales son el primer alimento que se introduce, ya que son de fácil asimilación y
aportan gran cantidad de energía. Las harinas de diversos cereales (trigo, arroz, avena,
centeno y maíz) constituyen la base de las clásicas papillas dulces. Las harinas son ricas
en almidón, polisacárido cuya hidrólisis libera dextrinomaltosa, maltosa y glucosa, siendo
por tanto una importante fuente de energía. El contenido proteico es escaso y de valor
nutritivo bajo, incluido el gluten, cuya administración precoz puede favorecer la aparición
de celiaquía. Por ello, antes de los 6 meses sólo deben utilizarse harinas que no lo
contengan (arroz, maíz y soja). La de trigo, se usará a continuación, cuando la función
digestiva es normal; la de arroz, si hay tendencia a la diarrea, y la de avena, si hay tendencia
al estreñimiento.
Se preferirán harinas predigeridas o cocidas cuando su introducción deba ser precoz,
puesto que la amilasa pancreática, que digiere el almidón, no está desarrollada antes del
cuarto mes de vida.
Las harinas son muy bien aceptadas por los lactantes, pero debe tenerse siempre presente
su carácter de alimento desequilibrado y que, tomadas con exceso, conducen a trastornos
nutritivos. Sólo en casos especiales se utilizarán antes del tercer o cuarto mes (necesidad
de espesar el alimento, complementación biberón nocturno, etc).
Para la dosificación de las harinas comerciales, es preciso seguir las instrucciones de cada
preparado, recordando, como en toda alimentación del lactante sano, no dar raciones
superiores a las calculadas como fisiológicamente correctas.
El pan se digiere poco, sobre todo sin hervir. Las madres lo suelen dar a los lactantes
mayorcitos en forma de "sopas de ajo", pan cocido, sopas de pan, etc., que muchos
pequeños aceptan bien. En lugar de trozos de pan para mordisquear, son preferibles las
galletas en todos los sentidos. Los fideos y pastas, como el pan, son preferibles a partir del
año de edad.
Las frutas utilizadas en la alimentación del lactante son fundamentalmente las jugosas:
naranja, limón, manzana, pera, uva, ciruela, etc. No se deben emplear las secas (avellanas,
nueces, almendras, etc), ni las oleosas (aceitunas). Las frutas tropicales deben evitarse
para prevenir reacciones que puedan inducir alergias. Las frutas jugosas son ricas en agua,
hidratos de carbono (glucosa, sacarosa, fructosa), vitaminas (A, C, B) y sales
(especialmente calcio y potasio). Son, en cambio, muy pobres en proteínas y lípidos. Llevan
celulosa que, al no absorberse, ayuda a la formación del bolo fecal. El plátano, la manzana y
el membrillo, son ricas en pectina, que por sus propiedades adsorbentes son útiles en las
diarreas del lactante. Los zumos no llevan celulosa y pueden introducirse pronto en la
alimentación del lactante. Conviene de preferencia zumo de naranja, que tiene una gran
riqueza de fructosa y vitaminas. Si las deposiciones son normales, se aconsejan también de
uva, pera y frutas frescas "del tiempo". No se les debe añadir azúcar y nunca se ofrecerán
en biberón, puesto que comportaría alteraciones dentarias ("síndrome del biberón").
Las frutas se administran al lactante fundamentalmente en forma de purés o papillas.
Clásicamente se han introducido a partir del tercer mes. Pero actualmente se considera que
no deben iniciarse antes de los 5-6 meses, con el fin de evitar posibles efectos indeseables
(facilitación de la apetencia por los sabores dulces, implantación de una flora sacarolítica,
etc). El más utilizable es el puré de plátanos que, muy maduros, bien triturados y quitando
sus hebras, tienen un gran valor nutritivo, por su elevado contenido en azúcares fácilmente
digeribles (levulosa), e incluso pueden utilizarse en procesos diarreicos y otros trastornos
alimentarios.
También se suelen dar las frutas en compota, pero esto es al final del primer año. Se
administran en forma de manzana o pera ralladas, sobre todo en algunos trastornos
diarreicos.
La carne y el pescado aportan proteínas de elevado valor biológico, muy necesarias al
lactante debido a su rápido crecimiento. La carne, sea de ternera, cordero o ave, hervida,
finamente picada o pasada por la batidora, entra a formar parte de la dieta a los seis meses
de edad; por término medio. Algunas carnes, especialmente las de ave y de cerdo, son ricas
en grasas. Algunas vísceras, sobre todo los sesos, son también ricas en hierro, lípidos y en
el hígado se encuentran cantidades elevadas de vitaminas A y D; aunque dado que en ellos
se depositan sustancias químicas y hormonales procedentes de los piensos, conviene
incorporarlos tarde y poco en la alimentación del bebé. Las cantidades progresivas,
oscilarán entre 30 y 60 g/día y siempre deben cocerse sin grasa. El jamón picado, sin
tocino, va bien en los lactantes mayores, en lugar de carne.
El pescado de variedad blanca, como merluza, gallo o lenguado y finamente picado, lo debe
tomar ya el lactante mayorcito hacia el final del primer año, siempre que no existan
antecedentes de intolerancia (alergia), precaución igualmente válida para el huevo y otros
alimentos.
El arroz. forma parte de los alimentos habituales del lactante mayorcito, hacia el octavo mes
(cocido y asociado a la carne o pescado).
La yema del huevo es rica en grasas, proteínas y vitaminas, y pobre en hidratos de carbono.
La clara no es muy conveniente para la alimentación del lactante por constituir una proteína
(ovoalbúmina) muy alergénica. Tomará el lactante sólo la yema de 2 a 3 días a la semana.
Conviene ser prudentes al principio, dando un tercio, luego media y después entera. No se
debe dar cruda. Es mejor cocida y rallada. El huevo entero no lo toma el lactante hasta
alcanzar el año.
El yogur es un excelente aporte lácteo ya que las proteínas están parcialmente hidrolizadas.
Contiene poca lactosa por su paso a ácido láctico, lo que favorece la absorción del calcio,
la regeneración de la flora intestinal y la aceleración del tránsito digestivo. Los enriquecidos
con frutas aportan glucosa y sacarosa en cantidades relativamente importantes. Se puede
empezar a utilizar en la alimentación del lactante a partir del 7º-8º mes de vida.
Los quesos no son alimentos adecuados para el lactante menor de un año. Son alimentos
hipercalóricos por su elevado aporte graso, fundamentalmente ácidos grasos saturados por
lo que tienen un claro efecto hipercolesterolemiante; al igual que pasa con las mantequillas
y los alimentos que la contienen.
Se recomienda la administración de 0, 25 mg/día de flúor, si su concentración en el agua
potable es menor de 0, 3 ppm, media útil para disminuir la incidencia de caries en edades
posteriores. Es necesario mantener la administración de un suplemento de vitamina D (200-
400 UI/día) durante todo el período de destete, y un suplemento de sulfato ferroso por vía
oral (2-3 mg/kg/día) a partir del 4º mes de vida para evitar la ferropenia.
Los anteriores alimentos serán administrados siempre de forma prudente y sucesiva. Cada
nuevo alimento ha de introducirse individual y escalonadamente. Un orden cronológico
general y adecuado a la mayoría puede ser el siguiente:
- Recién nacido-6 meses : Hay que fomentar la lactancia materna exclusiva hasta los 4-6
meses y, si no fuera posible, proporcionar una fórmula adaptada de inicio (se prepara
añadiendo un cacito raso por cada 30 cc. de agua mineral o hervida durante 10 minutos).
- Hasta los 7 días: Es recomendable la lactancia materna o en su defecto una fórmula de
inicio: siete u ocho tomas de 10, 20, 30, 40, 50, 60, 70 c.c. por toma y día.
- 8 días-1 mes: Lactancia materna o seis tomas de 70 a 120 c.c. de fórmula de inicio.
- 1-3 meses: Lactancia materna o cinco tomas de 120 a 140 c.c. de fórmula de inicio.
- 4 meses: Lactancia materna o cinco tomas de 150 a 180 c.c. de fórmula de inicio.
Generalmente a los cuatro meses se da la primera papilla de harina sin gluten, mejor de
arroz. La soja es mejor posponerla hasta los 5-6 meses, para evitar posibles alergias.
- 5 meses: Leche materna o cinco tomas de leche de inicio de 150 a 180 c.c. Cereales sin
gluten en dos tomas (un cacito por cada 70-100 c.c. de biberón, preparado del modo
habitual), monocereales sin gluten (arroz, maíz); o bien se pueden empezar a introducir
multicereales con gluten (arroz, maíz, tapioca, soja...).
- 6 meses: Cuatro tomas de 150 a 180 ml. de fórmula de continuación o de leche materna.
Papilla de frutas naturales (plátano, manzana, naranja y pera). No se le deben dar al bebé
melocotones, albaricoques, mango, kiwis, fresones o paraguayas hasta los 12 meses,
porque pueden producir reacciones alérgicas; y no hay que añadir a las papillas azúcar,
miel, galletas ni leche condensada, ya que tienen que acostumbrarse a los sabores
naturales de las mismas. Papilla de cereales sin gluten.
- 6 meses y medio: Leche materna o 1-2 biberones de fórmula de continuación. Papilla de
frutas naturales. Papilla de cereales sin gluten o de monocereales con gluten. Puré de
verduras (patata, zanahoria, y paulatinamente acelgas, calabacín, judías verdes, guisantes,
puerros, tomate...). Se pueden utilizar verduras congeladas. No hay que poner sal al puré,
pero sí se le debe echar un chorrito de aceite de oliva antes de triturarlo. Utilizar poca agua,
hervir máximo 10 minutos si sólo es verdura, y unos 20 minutos si además se pone carne.
Durante el primer año no son recomendables: espinacas, berenjenas, nabo ni verduras
flatulentas como coliflor, repollo, coles de Bruselas, etc.
- 7 meses: Leche materna o 1-2 biberones de fórmula de continuación. Papilla de frutas
naturales. Papilla de cereales sin gluten en dos tomas. Puré de verduras. Carne de pollo
(una pechuga), ternera o cordero cocida y triturada en una toma.
- 8 meses: Cereales sin gluten (multicereales: trigo, cebada, centeno, avena) en 2 tomas. Se
le puede ofrecer al bebé, una vez que los está tomando, galletas o pan, pero no antes.
Leche materna o 2 biberones de fórmula de continuación de 240-250 c.c. Una toma de frutas
naturales, maduras, frescas o cocidas, en papilla o compota. Una toma de puré de verduras
junto con una fuente de almidón vegetal (arroz, tubérculos, tapioca) y con 25-30 g. de carne.
- 9 meses: Leche materna o 1-2 biberones de fórmula de continuación de 240-270 c.c.
Papilla de cereales con gluten. Papilla de frutas o derivados de leche: yogur natural.
Pescado blanco que tiene menos grasa y es menos alergizante (merluza, pescadilla, gallo,
lenguado, lenguadina, lubina, bacaladito, rape, abadejo). Se pueden usar congelados
añadiéndolos al puré de verduras. - 10 meses: Yema de huevo (1/4) cocida en el puré
(máximo dos yemas a la semana).
- 11 meses: Yogur natural sin endulzar de postre.
- 12 meses: Puede comenzar a tomar leche de vaca entera (e insisto, hervida), aunque se
aconseja continuar con fórmula adaptada 2 o de continuación hasta los 18-24 meses, en
dos tomas de 250-270 c.c. Una toma de puré de verduras con almidón vegetal incluyendo
30-50 g. de carne o pescado blanco. Pan. Una toma de frutas. Una toma de yogur o queso
fresco.
Los alimentos deben introducirse de uno a uno, con intervalos semanales para poder
detectar posibles intolerancias. No se debe añadir sal ni azúcar a la alimentación del bebé, y
tampoco se debe introducir miel, ya sea natural o en los cereales de farmacia, hasta al
menos los 12 meses de edad. Es aconsejable añadir aceite de oliva en crudo al puré de
verduras. Una pauta que hay que tener en cuenta es la de no permitir que el niño se duerma
o se calme con el chupete endulzado ni con el biberón en la boca, para prevenir, entre otros
males, las caries en el futuro.
A partir del año de edad, puede iniciarse la administración de legumbres secas en forma de
purés, así como leche de vaca completa (lo sé, soy pesado, pero debe ser hervida;
recuerden mi anterior artículo “Blanco y en botella” acerca de la leche) y una mayor
diversidad de derivados lácteos.
Posteriormente se añadirán otros alimentos, pero deben aún excluirse varios de ellos:
chocolate y derivados, salsas, embutidos, mariscos y pescados de río. Con el crecimiento,
se sigue incrementando la tolerancia a los alimentos y acentuando las diferencias
individuales en cuanto a requerimientos.
Por ello es impropio el establecimiento de patrones alimentarios uniformes. Pero sigue
siendo necesaria la consecución de un régimen equilibrado que asegure un desarrollo
somático y psicomotor adecuados.
Somos lo que comemos, como decía Hipócrates, y qué mejor escuela que aquella que
comunicamos en los primeros años de vida. Aquellos que tengan hijos recién nacidos, al
igual que aquellos que conozcan a alguien que los tengan, por favor, comuniquen lo que es
una alimentación ordenada y funcional adaptada a las necesidades fisiológicas del bebé.
Compartir conocimiento es compartir salud.